Como no hay mal que por bien no venga, y como estrategia adaptativa que me permita canalizar mi indignación, me permito poner en común una reflexión derivada de una mala experiencia personal que estoy sufriendo en las últimas semanas.
Unos avispados malhechores, han abierto varias cuentas bancarias fraudulentas en mi nombre utilizando una foto de mi DNI. ¿Puede hacerse algo así? ¿Acaso los bancos no ponen medidas de seguridad para evitar tan ridícula incidencia? Eso mismo me pregunté yo. Pues sí, puede hacerse y de hecho se hace habitualmente. La explicación es sencilla, por cuestiones comerciales, las medidas de seguridad que exigen algunos bancos para abrir una cuenta online son muy deficientes, prácticamente nulas. De hecho, varias entidades bancarias han sido declaradas culpables de este hecho por los tribunales de justicia, en concreto, la Audiencia Provincial de Ourense declaró responsables civiles subsidiarias a tres entidades bancarias por el déficit de medidas de seguridad que había favorecido la comisión de este tipo de delitos. La resolución les acusaba de “innegable incompetencia funcional”.
Volviendo a la fechoría en cuestión, esas cuentas bancarias han sido utilizadas para obtener beneficios ilícitos de diferentes modos con la correspondiente responsabilidad que eso conlleva al titular, dígase, a mi propia persona. Hasta aquí, la explicación de lo sucedido.
La reflexión surge, alimentada de enorme impotencia e indignación, en lo relativo al trato recibido por parte de las entidades bancarias (favorecedoras del delito en base a su “innegable incompetencia funcional”) y me lleva a analizar y a comparar los comportamientos psicopáticos “sistémicos”, aceptados socialmente, de los actos delictivos que consideramos deplorables y censurables de manera generalizada.
En este segundo grupo incluiríamos el comportamiento de los astutos estafadores. Cualquier persona lo tacharía de deplorable sin precisar de una gran reflexión ni de valoraciones éticas. Engañar y robar está mal. ¡Eso no se hace, caca! Simple y simplista conclusión. Sin embargo, en función de nuestra voluntad de prestar atención intelectual a los matices, las cosas se tornan más complejas.
Tratando de analizar la conducta antisocial como una falta de empatía y una prioridad egoísta de satisfacer las propias necesidades, es inevitable analizar la motivación como fuente y motor del comportamiento. Todavía no se ha cerrado socialmente el debate de si “el fin justifica los medios” por lo que la causalidad es inevitablemente un factor a tener muy en cuenta si queremos reflexionar con seriedad. Aunque solo un necio podría dar respuesta a ese debate de forma categórica, no debe sorprendernos la cantidad de respuestas de ese tipo que los seres humanos solemos proclamar. La dicotomía blanco-negro facilita la toma de decisiones en detrimento de la búsqueda de la verdad que precisa de una escala de grises, a veces interminable.
En relación a la motivación de los estafadores. Blanco, en botella, con etiqueta donde pone “leche”, y con un análisis de laboratorio donde lo certifica. Evidentemente, su motivación es conseguir un beneficio económico. Sin embargo, para no generalizar y tratando de ampliar la visión, tampoco podríamos asegurar la inexistencia de un caso de estafa que fuera realizado, muy a pesar del propio estafador, con nobles motivaciones, ante la necesidad de salvar la vida de un moribundo consiguiendo dinero ilícitamente, pero justificando los medios para ese fin innegablemente elevado.
El hecho es que, en cualquier caso, estamos hablando de una conducta dañina, llevada a cabo a partir de una determinada motivación. Ambos casos serían considerados como delictivos, los actos de estafa son similares y solo atendiendo a la motivación surgiría la necesidad del debate ético. Ahora bien, desde el punto de vista de la empatía, ¿acaso no pasan por alto ambos comportamientos el perjuicio generado en los estafados? Si analizamos en profundidad, el daño ocasionado es el mismo y solo la valoración subjetiva de la motivación nos hace verlos de modo diferente. El hecho innegable es que ambas conductas antisociales tienen una motivación y un fin. Sin embargo, costaría considerar como “no empática” a la persona cuyo fin es ayudar a un moribundo. Esto nos lleva a la conclusión de que la empatía no puede analizarse en blanco y negro, precisando de muchos matices reflexivos que no son el propósito de este artículo.
La pregunta sobre la que pretendo que gire la reflexión sería la siguiente: ¿Qué comportamiento dañino es más criticable? ¿Aquel que responde a una clara motivación individual? ¿O aquel cuya motivación individual es más dudosa e incluso aparentemente inexistente, pero responde a la motivación o fin de una entidad superior?
En relación a nuestro caso, aquí es donde entramos a valorar esos comportamientos psicopáticos sistémicos, gravemente dañinos y sin embargo “aceptados socialmente” en base a una aparente ausencia de causa o motivación individual para realizar el daño, que exime de responsabilidad a los sujetos activos.
Un claro ejemplo, aunque no el único, es el trato vejatorio que realizan las entidades bancarias, como ente despersonalizado. En este caso, haciendo oídos sordos de la reclamación, dificultando los trámites, ninguneando al perjudicado desde una posición impersonal de impunidad y demostrando claramente la ausencia absoluta de empatía en relación al daño causado, en este caso favoreciendo el delito en base a su “innegable incompetencia funcional”. Una falta de empatía y un comportamiento abusivo “aceptado” o “tolerado” socialmente ante la falta de sujetos activos responsables y la falsa inexistencia de motivación individual para hacer daño, ya sea por acción o por omisión.
En el caso que nos atañe, evidenciamos dos comportamientos dañinos y consecuentemente antisociales: el de los estafadores que suplantan la identidad para sacar beneficio de las cuentas fraudulentas y el de las entidades bancarias que han favorecido y permitido el delito en base a la falta de medidas de seguridad por sus motivaciones comerciales y que una vez cometido el delito, no reconocen su evidente negligencia dificultando y bloqueando cualquier trámite que precise el perjudicado para defender su inocencia, bajo un halo de impunidad inaceptable.
Una visión general dirigiría nuestra crítica hacia la entidad bancaria como ente impersonal. Ahora bien, ocultar los comportamientos individuales bajo la sombra del ente, solo es una estrategia liberadora de responsabilidades individuales. Los citados comportamientos abusivos y vejatorios son producidos por personas con nombres y apellidos, en base a un ordenamiento o política empresarial, pero personas al fin y al cabo. Parece evidente que las personas que acaban ejecutando el daño, no pueden tener una motivación personal para hacerlo puesto que no conocen a los perjudicados ni tienen razones para ello. Ahí se diluye la responsabilidad, acabando por desvanecerse, pero dejando las consecuencias del daño causado.
En este caso concreto, desde una clara falta de empatía, personas específicas, con nombres y apellidos, han mostrado un comportamiento dañino y antisocial, eludiendo la responsabilidad del perjuicio realizado por la entidad para la cual trabajan. Tengo el convencimiento de que, salvo las minoritarias pero inevitables ovejas negras, en general, estas mismas personas realizarán su trabajo diario con gran interés, con responsabilidad y tratando de ayudar. Igualmente, en su vida personal actuarán por lo general de forma correcta y apropiada. Sin embargo, bajo las directrices de una determinada política empresarial y avaladas por la protección o impunidad de ese ente superior, realizan conductas claramente dañinas y antisociales sin ni siquiera reparar en ellas.
En relación a la supuesta gravedad de una conducta antisocial, deberíamos reflexionar sobre este tipo de comportamientos “sistémicos”. El daño producido en este caso concreto por las entidades bancarias y las personas que las representan, puede ser mucho mayor que el producido por los propios estafadores. En concreto, la negativa del banco a asumir su responsabilidad, poniendo todo tipo de dificultades y trabas, y no reconociendo que sus escasas medidas de seguridad han favorecido la creación de una cuenta fraudulenta, podría traer unas repercusiones legales gravísimas al afectado. El titular de esa cuenta bancaria creada por los estafadores, deberá responder ante la justicia al ser su nombre el que consta en ella, y haber sido utilizada para cometer delitos de estafa. La actitud de la entidad bancaria reconociendo su negligencia u ocultándola puede facilitar o dificultar la defensa del perjudicado.
No debemos olvidar que esas acciones de ayuda o de bloqueo son realizadas por personas, los propios trabajadores del banco. Por un lado está la “innegable incompetencia funcional” de la entidad, que disponiendo de medios más que suficientes para establecer unos protocolos más seguros, decide no llevarlos a cabo para mejorar sus resultados comerciales, con un objetivo exclusivamente lucrativo. Por otro lado, probablemente más grave, está el trato vejatorio sufrido por los perjudicados cuando informan al banco de lo ocurrido. No solo no encuentran disculpa ni reconocimiento del daño ocasionado, sino que son ignorados y ninguneados con ausencia de respuesta, derivaciones entre departamentos y peticiones de documentación que acaban por ser nuevamente ignoradas. Este trato, carente de empatía y claramente psicopático, puede comprometer la propia defensa del afectado ante posibles consecuencias legales de la suplantación de identidad.
Con esta reflexión no pretendo demonizar a ningún colectivo en particular sino mostrar una realidad que nos sirva de reflexión. Todos podemos actuar en algún momento bajo la influencia de un ente superior, dígase empresa, colectivo… y dejarnos llevar por cierta laxitud ética sin ser conscientes de las verdaderas consecuencias de nuestros actos. Por ese motivo, tomar consciencia de nuestra responsabilidad individual es fundamental para evitar daños innecesarios y poner límites a estos entes impersonales que bajo su condición de impunidad y superioridad, coartan derechos y producen importantes perjuicios.
La aparente ausencia de motivación individual o de ganancia inmediata en relación a una determinada conducta no puede eximirnos de responsabilidad. Inevitablemente, existen unas ganancias individuales derivadas de la ganancia de la entidad, unas motivaciones personales en base a mantener el trabajo, en base a ajustarse a la política de la empresa.
La inexistencia de una motivación individual para causar daño de los empleados de banca, no puede ocultar la motivación sistémica de la entidad que antepone los beneficios comerciales a la seguridad, a sabiendas del daño causado a terceros. De modo que la ganancia individual tiene que acarrear una responsabilidad individual no eludible.
En relación a la asunción de responsabilidades, el holocausto y los juicios de Nuremberg obligaron a definir las responsabilidades de los carceleros que recibían ordenes y no todos aquellos individuos actuaron del mismo modo, a pesar de la afilada espada de Damocles que les presionaba.
Deberíamos reflexionar sobre las conductas antisociales sistémicas, justificadas o avaladas por un ente protector y ser autocríticos con nuestros comportamientos dentro de esa protección.