El Bueno, el Bobo y el Malo. Reflexión sobre el comportamiento humano en momentos de crisis.

El bueno, el malo y el bobo

Observando el comportamiento de la gente durante esta crisis del COVID-19, me ha venido a la cabeza una actividad que se realizó en mi colegio hace muchos años. Era una dinámica con fines pedagógicos titulada “El Bueno, el Bobo y el Malo”. Se trataba de una actividad de tipo role-playing que, al parecer, se realizaba en muchos países del mundo, en un montón de idiomas diferentes, con niños de 10 a 11 años. A fecha actual, por lo visto, todavía existe una versión similar que forma parte de un método educativo que se imparte a nivel mundial.

La actividad consistía en lo siguiente:

En primer lugar, unos maestros y pedagogos, que ejercían de directores de la actividad, venían al colegio para explicar en qué consistía y daban un pequeño libro donde se narraba la historia. El libro estaba compuesto por varios capítulos en los que se describían diferentes escenas, donde tres personajes interactuaban de forma cómica y disparatada. Los personajes eran: el Bueno, el Bobo y el Malo. A lo largo del libro, que tenía unas 50 páginas, se definían detalladamente las características de cada uno y su forma de comportarse.

Durante la siguiente semana, cada niño/a debía leer el libro y elegir el papel que quería interpretar para decírselo a los directores de la actividad en la siguiente sesión. Se trataba de una actividad pedagógica, todos los alumnos tenían que participar y cada uno tenía que representar uno de los tres papeles. Si la elección de los papeles era equilibrada, se formarían grupos de tres, formados por los tres personajes. No obstante, cada niño/a podía elegir el papel que quisiera, y las escenas se adaptarían a ello, aunque no siempre intervinieran los tres personajes. Una vez formados los grupos, se prepararía una actuación tipo role-playing que duraría unos 15 minutos, con partes improvisadas y otras preparadas.

Los niños/as ensayarían el número durante el trimestre y al finalizar el mismo, se realizaría la representación en el salón de actos del colegio ante padres, familiares, profesores del centro y resto de alumnado.

Como es más que evidente, la actividad hacía referencia a la película de vaqueros de Clint Eastwood, “El Bueno, el Feo y el Malo”, magistralmente ambientada por la música de Ennio Morricone con aquella melodía que ya es universal.

En realidad, más allá del título y de la ambientación tipo western, el guion no tenía nada que ver con la película, pero supongo que el juego de palabras le daba un empuje publicitario que sus autores habían aprovechado para dar a conocer la dinámica.

En el libro, la descripción de los personajes era bastante completa. Se narraba una historia muy interesante, compuesta por diferentes escenas, donde se daban multitud de situaciones que definían las características y la forma de actuar de los tres personajes. Como resumen:

“El Bueno” era el típico héroe de película. Guapo, alto, listo, hábil, valiente y fuerte. Todo lo que hacía, lo hacía por el bien común. Tenía unos valores firmes y no titubeaba ante ningún peligro. Tenía una sonrisa de “bueno” que emanaba confianza y carisma.

Aunque en alguna escena los autores dejaban entrever que el Bueno también experimentaba miedo, tenía tal convencimiento de que lo que hacía era lo correcto, que se arriesgaba con determinación y seguridad en busca de sus objetivos. Para el Bueno, el bien común era más importante que su propia integridad física. Tenía los típicos defectillos de “bueno” como tirar el arma al suelo cuando se lo ordenaba el Malo, para evitar que éste matase a algún pobre inocente. Pero era tan guapo, alto, listo, hábil, valiente y fuerte que incluso en esas situaciones límite, donde cualquier otro personaje mordería el polvo, era capaz de inventar una salida triunfal. Otra característica importante era su casi obsesiva intolerancia a la suciedad. Normalmente vestía de color claro, casi siempre de blanco inmaculado. Botas blancas, pantalones blancos, camisa blanca, chaleco blanco, gabardina blanca y sombrero de vaquero blanco. Hasta la empuñadura de sus pistolas era de nácar blanco. Cuando, en alguna trifulca, peleando con el Malo, se manchaba la ropa, llevaba muy mal presentarse sucio en público, de modo que era capaz de pasar frio si era necesario con tal de mantener su pulcritud.

El Malo era el típico villano. En realidad, también era guapo, alto, listo, hábil, valiente y fuerte. Tal vez un poco menos guapo y alto que el Bueno pero resultón, al fin y al cabo. En compensación, tenía ese puntito canalla que tanto suele gustar. La diferencia con el Bueno era que todo lo que hacía, lo hacía únicamente por su propio interés. Tenía esa sonrisilla perversa de “malo”, ese gesto que esconde la satisfacción de estar ninguneando al prójimo y que también le dotaba de cierto atractivo. Aunque sus valores se basaban fundamentalmente en satisfacer sus propias necesidades, también eran firmes y no titubeaba ante el peligro. Sus objetivos estaban claros: conseguir el máximo dinero, tener cuantas más posesiones mejor, dominar y someter a tanta gente como fuera posible. Cuando se sentía en peligro, era capaz de salir de esa situación costase lo que costase y perjudicara a quien perjudicara. Esto le daba ventaja con respecto al Bueno en muchas ocasiones, puesto que podía secuestrar a alguien como rehén, traicionar a algún conocido, torturar a algún amiguete del Bueno para obtener información. Es cierto que su caballo corría menos, pero siempre ideaba alguna treta para compensarlo. Su estilismo era claramente diferente. El Malo vestía de oscuro, preferentemente de negro. Botas negras, pantalones negros, camisa negra, chaleco negro, gabardina negra y sombrero de vaquero negro. Hasta la empuñadura de sus pistolas era de caoba negra. Cuando, en alguna trifulca, peleando con el Bueno, se manchaba la ropa, no tenía ningún problema en presentarse sucio en público, de modo que rara vez pasaba frío. Eso si, solía echarle la culpa al “Bueno” de haberle manchado y, si podía, le colaba la factura de la lavandería.

El Bobo era el tercer protagonista de la obra. No era ni listo, ni hábil, ni valiente. Su sonrisa, como no podía ser de otro modo, tenía un matiz bobalicón, así como su mirada. ¿Os habéis fijado en cómo miran las vacas al tren cuando lo ven pasar?, pues algo así. No tenía unos valores claros ni unas convicciones definidas. En general, actuaba al tuntún. Su comportamiento iba dirigido únicamente a conseguir cubrir sus necesidades, pero con escasa planificación. Su capacidad de reflexión era tan limitada que no alcanzaba a pensar en las consecuencias de sus actos. Eso suponía que, en muchas ocasiones, sus acciones le traían problemas y en lugar de conseguir beneficios para sí mismo, se encontraba tirando piedras contra su propio tejado. Supongo que como compensación a su falta de criterio, cuando se centraba en algún trabajo sencillo y repetitivo, era capaz de invertir cierto esfuerzo en el mismo, consiguiendo unos resultados razonables. Tenía esa cualidad, que le permitía salir adelante en algunas ocasiones. Desgraciadamente, cuando surgía un problema inesperado, no sabía cómo solucionarlo. Pensar no era lo suyo. Y como no era valiente, cuando se sentía en peligro, salía corriendo o buscaba la ayuda del Bueno o del Malo, del que antes encontrara.

Podía parecer que el Bobo era un personaje insulso y prescindible, pero nada más lejos de la realidad. En la obra, muchas de las escenas dependían de él. El guion iba girando en función de sus acciones.

Normalmente, cuando se presentaba una determinada escena, todo el mundo tenía claro lo que iba a hacer el Bueno. Si había alguien en peligro, intentaría salvarlo. Si el Malo estaba haciendo alguna fechoría, allí estaría, vestido de blanco sobre su caballo blanco, persiguiéndolo hasta darle caza.

Del mismo modo, también era bastante predecible el comportamiento del Malo. Allí donde hubiera posibilidad de sacar tajada, organizaría una treta que le asegurase salirse con la suya. Si había dinero en juego, o la posibilidad de humillar o someter a alguien para sentirse más fuerte, allí estaría el Malo completamente vestido de negro.

Las escenas eran predecibles hasta que aparecía el Bobo. Desde ese preciso momento, cualquier cosa podía ocurrir, por improbable o absurda que pudiera parecer. El Bueno podía estar a punto de capturar al Malo, pero con alguna acción sin sentido, el Bobo intervenía truncando el plan. Muchas veces lo hacía sin ningún objetivo ni estrategia concreta, simplemente debido a su comportamiento errático e irreflexivo. Como no era ni listo, ni hábil ni valiente no podía esperarse de él que actuase de manera adecuada a las necesidades del momento. Si había que pensar un plan, está claro que sería erróneo. Si el Bueno o el Malo trataban de explicarle una estrategia para que les ayudase en su plan, muy probablemente entendería todo al revés y les saldría el tiro por la culata. Si había que actuar con destreza, su falta de habilidad traería un resultado desastroso. Y si era necesario actuar con valentía, saldría huyendo para resguardarse o pedir ayuda a algún valiente. Cuando el Bobo entraba en escena, nadie sabía cómo iba a terminar la historia. Era tan imprevisible como absurdo en sus decisiones.

En la historia narrada, el Bueno y el Malo se enfrentaban entre ellos en diferentes situaciones. Por lo general, el Bueno solía ganar la mayoría de los enfrentamientos. Había que tener en cuenta que el Malo era conocido por sus fechorías y mucha gente había sufrido las consecuencias de estas. Había robado a muchos, matado a otros cuantos. Siempre había gente que había sido perjudicada por él, puesto que nunca pensaba en los demás. Por esas razones, muchas personas estaban deseando verle morder el polvo.

En oposición al comportamiento de su rival, para el Bueno prevalecía el bien común. Siempre había alguien a quien había ayudado en el pasado y se sentía agradecido por ello. Por esa razón, en muchas ocasiones recibía ayuda para enfrentar al Malo. Entre sus fantásticas cualidades y habilidades de y la ayuda de la gente, el Bueno casi siempre salía victorioso.

Inicialmente, en la historia que narraba el libro, todo iba muy bien para el Bueno. Las primeras escenas enfrentaban al Bueno y al Malo, que medían sus fuerzas de forma equilibrada sin que nadie se pusiera en medio. Todo se complicó cuando el Bobo empezó a aparecer en escena.

El Bobo, al igual que el Malo, solo pensaba en su propio beneficio, pero a diferencia de él, al no ser listo, no era capaz de estimar lo que le iba a beneficiar a medio plazo y actuaba sin ninguna reflexión. Hacía lo que le apetecía en ese momento, o lo primero que se le pasaba por la cabeza.

Con su modo de actuar, solía estorbar las acciones de ambos contrincantes, de manera que desde que empezó a entrar en escena, algunas situaciones que parecían ganadas por el Malo cayeron del lado del Bueno y viceversa. La aparición de este caótico personaje, no fueron buenas noticias para el Bueno, que tenía la cosa controlada hasta ese momento. Al fin y al cabo, era el que solía ganar y de este modo se igualaron las fuerzas.

Conforme avanzaba la historia, la cosa iba pintando peor y era cuestión de tiempo que el Malo, que de tonto no tenía un pelo, se diera cuenta de la baza que tenía a su favor. ¡¿Cómo no se había dado cuenta antes?! ¡Sabía cómo poner de su lado al Bobo! ¡Tenían algo en común! Ambos pensaban exclusivamente en su propio bienestar.

En varias ocasiones durante la historia que narraba el libro, el Malo había intentado aliarse con otros “malos” para vencer al Bueno, pero la cosa no había salido bien. Por su experiencia, sabía lo difícil que era aliarse con otros “malos”. Sus propias necesidades y objetivos acababan por chocar con los de los otros “malos”, y como también eran guapos, altos, listos, hábiles, valientes y fuertes, acababan los todos chamuscados y como el rosario de la aurora. Sin embargo, ¡Con el Bobo sería diferente! No era ni guapo, ni alto, ni listo, ni hábil, ni valiente ni fuerte.

Como no era guapo ni alto, no le haría sombra delante de la gente y de ese modo, el Malo podría liderar a sus anchas, sintiéndose importante. Como no era fuerte ni hábil, no habría conflicto entre ellos, pues el Bobo siempre tendría las de perder. Como no era listo, no le preocupaba que pudiera pensar en un plan para traicionarle, si lo intentaba, sería tan absurdo que enseguida lo descubriría. Además, en Malo sabía que podría engañar al Bobo con facilidad, prometiéndole cumplir con sus necesidades, que era lo único que le importaba.

Y lo mejor de todo, la jugada maestra para tenerlo de su lado, como el Bobo no era valiente, y actuaba muchas veces por miedo, podría aprovechar eso para manipularlo. Podría prometerle protección, convenciéndolo de que el Bueno se la tenía jurada y solo bajo su protección podría mantenerse a salvo.

La promesa de protegerle y cubrir sus necesidades básicas. ¡El Malo era un genio!

En resumen: el libro narraba una serie de historias disparatadas y cuando parecía que el Malo, con la ayuda de su palmero: el Bobo, iban a salirse con la suya (como era de esperar en una historia para niños), el Bueno sacaba fuerzas de flaqueza, ideaba un plan tan efectivo como inverosímil, se ayudaba de algún alma caritativa con férreos valores de justicia, y acababa saliendo victorioso.

Hasta ahí la historia del libro que, durante los siguientes días, los niños tenían que leer.

Pasada una semana, los directores de la actividad volvieron al colegio. Expusieron de nuevo todas las normas y preguntaron a los alumnos por el papel que habían elegido.

De los 25 alumnos y alumnas que había en clase, 18 eligieron hacer el papel del Bueno y 7 eligieron el del Malo. Nadie eligió el papel del Bobo. En el resto de las clases, al parecer, las elecciones habían sido parecidas.

Los directores de la actividad explicaron que, dadas las circunstancias, tendrían que adaptar los guiones para realizar las escenas únicamente con esos dos personajes. No era la primera vez que ocurría y los grupos contendrían 2 buenos y un malo, o si fuera necesario podrían hacer grupos de 2.

Pusieron en la pizarra tres columnas, una con los alumnos y alumnas que habían elegido hacer el papel del Bueno, otras con los que habían elegido interpretar al Malo y otra vacía para el del Bobo.

Enseguida procedieron a explicar la siguiente fase, que consistía en entregar los textos y explicar los ejercicios que había que ensayar para poder realizar cada uno de los papeles. En función de los requerimientos del papel, para interpretar a cada personaje había que aprender texto, algunos ejercicios de habilidad, etc.

Explicaron en primer lugar el trabajo que tenían que realizar durante el trimestre aquellos alumnos que habían elegido el papel del Bueno.

Como el bueno era tan listo, el trabajo consistía en memorizar un texto de aproximadamente 10 minutos, con un monólogo de 5 minutos. Además, como era tan hábil, los que lo interpretasen tenían que aprender a realizar algunos ejercicios de malabarismo con 3 pelotas, y saber hacer a la perfección volteretas laterales y alguna otra pirueta.

Como el Bueno era tan fuerte, y había que mostrarlo en la escena, tenían que aprender a trepar 3 metros por una cuerda y hacer unas cuantas flexiones.

Por otro lado, como era tan coqueto, tan guapo y limpio, tenían que hacer ellos mismos un disfraz blanco de vaquero, con su gorro blanco y todos los complementos. Unos monitores les darían las instrucciones de cómo hacerlo, en un pequeño taller que iban a instalar en la sala de plástica. Lo realizarían durante los tiempos de recreo o en tiempo fuera del horario de clase.

Como el Bueno era tan “bueno” y pensaba tanto en los demás, durante el tiempo de recreo de todo el trimestre, una vez acabaran de realizar su traje, los alumnos que lo interpretaran ayudarían a otros compañeros a hacer su traje o ayudarían a los profesores a supervisar a los niños y niñas del patio de infantil.

Durante la explicación, conforme iban escuchando los trabajos que había que realizar para interpretar el papel del Bueno, los alumnos se iban mirando entre ellos y realizando comentarios en voz baja.

Una vez finalizaron con esa explicación, detallaron los trabajos que tenían que realizar aquellos alumnos que habían elegido el papel del Malo.

Como el Malo era listo, pero no tanto como el Bueno, el texto a memorizar era inferior, de unos 5 minutos. También tenían que realizar los mismos ejercicios físicos y de habilidad puesto que el Malo era igual de fuerte y hábil. Y como le gustaba infundir miedo con su traje tan negro, los alumnos que fueran a interpretar al Malo tenían que hacerse su propio traje negro. Sin embargo, como el Malo solo pensaba en sí mismo y no le importaban los demás, los alumnos que eligieran ese papel no tenían que ayudar a otros compañeros ni a los profesores durante el recreo ni fuera de los horarios de clase.

Tras realizar ambas explicaciones, los directores de la actividad dijeron que tenían que salir un momento de clase y que enseguida volverían. Dejaron a los alumnos hablando durante unos 10 minutos. Se escuchaba un gran revuelo en la clase.

Cuando entraron de nuevo, algunos alumnos empezaron a hacer preguntas.

—¿Qué trabajos había que hacer para el papel del “Bobo”?

A lo que los directores respondieron:

—No hay que hacer ningún trabajo. No hay texto que aprender, ni ejercicios, ni hay que hacerse el traje. Tampoco hay que ayudar a nadie, ni perderse los recreos. Solo tendrá que estar en el escenario e improvisar. Es un papel muy sencillo y no necesita de ningún esfuerzo ni habilidad.

Algún otro alumno preguntó:

—¿Y si, a pesar de intentarlo, no nos salen bien las volteretas, o no conseguimos subir la cuerda, o nos confundimos en el texto? ¿Eso nos bajará la nota?

—No os preocupéis por eso. Tendréis que salir a escena y hacerlo lo mejor posible. Habrá ensayos generales y nos aseguraremos de que os estáis esforzando porque hay que sacar adelante la actuación. Ya sabéis que las funciones serán delante de 200 personas, y hay que mostrar un respeto a los espectadores haciéndolo lo mejor posible. Pero lo único que se os pide es que pongáis esfuerzo e interés. La nota de la actividad no queda en el currículo.

De nuevo los monitores dejaron un rato a los alumnos para que hablaran entre ellos. Cuando volvieron realizaron un giro de guion.

—¡Chicos y chicas!, antes de que tomemos nota definitiva del listado de los alumnos que van a representar cada papel, todavía podéis cambiar de idea. Ya sabéis que la obra tiene 3 personajes. Os damos 10 minutos para que lo penséis. Podéis escribirlo en la pizarra, apuntándoos en la columna correspondiente. Si alguien, definitivamente decide hacer el papel del Bobo, también puede ponerse en esa columna.

Cuando los monitores volvieron, la elección de personaje había cambiado significativamente. Solo 5 alumnos habían elegido hacer el papel del Bueno, 6 alumnos habían decidido hacer el del Malo y 15 habían cambiado de opinión y se habían apuntado para representar el papel del Bobo.

Durante el trimestre, cada alumno fue trabajando en su personaje en función de los trabajos preparatorios que cada papel requería.

Llegó el día de la representación, que se distribuyó en funciones de 15 minutos, interpretadas cada 5 alumnos. En la mayoría de las funciones aparecía un Bueno, un Malo y 3 Bobos. Los padres de los alumnos y el resto del alumnado quedaron muy satisfechos. Los alumnos habían preparado muy bien sus textos, algunos hicieron los malabarismos con gran destreza, fue una representación muy divertida. El Bueno tenía que representar su monólogo y sus ejercicios de habilidad e interactuaba con el Malo, que también mostraba sus cualidades. Los que hicieron del Bueno y el Malo llevaban unos trajes muy realistas, que habían hecho con sus propias manos durante el trimestre. Los que interpretaron al Bobo, se limitaban a improvisar y a contestar a alguna pregunta de alguno de los otros dos personajes. Salvo algún alumno que había comprado un disfraz de vaquero, la mayoría de los personajes que hicieron del Bobo se limitaron a llevar un sombrero vaquero y un pañuelo en el cuello, nada que ver con los disfraces tan cuidados del Bueno y del Malo.

Al finalizar la función, se realizó la entrega de diplomas y todos los alumnos, sin excepción recibieron la ovación del público.

Al siguiente día de escuela, los directores de la actividad fueron a las clases para despedirse de los alumnos. Les mostraron su satisfacción por cómo habían realizado la función y les dijeron que todos estaban aprobados. La actividad no puntuaba para nota final de ninguna asignatura y no tenían que preocuparse por eso.

Como sorpresa final, también explicaron que la fundación que realizaba la actividad iba a dar unos premios a los alumnos que más se habían esforzado.

Los alumnos y alumnas que habían hecho del Bueno iban a recibir un lote de libros y una bicicleta de montaña. Los que habían hecho del Malo recibirían el mismo lote de libros, y los que habían hecho del Bobo no recibirían nada.

Cuando se informó a los alumnos, enseguida empezaron a verse caras de enfado y discusiones entre ellos. Algunos incluso se quejaron a los directores de la actividad y posteriormente a los profesores del colegio. Alegaban que no era “justo”, puesto que no les habían informado de que había diferentes regalos en función del personaje a realizar y que, de haberlo sabido, hubieran elegido el papel del Bueno.

Los monitores respondieron a las quejas explicando que nadie había preguntado al respecto y que, aunque la fundación no tenía ninguna obligación de otorgar ningún premio, se trataba de un derecho que se reservaban, como en cualquier concurso de escritura o dibujo, premiando a aquellos alumnos que ellos considerasen destacados, según la valoración del jurado, compuesto por los propios directores de la actividad.

Varios padres de alumnos que no habían recibido regalo, porque habían elegido el papel del Bobo, se quejaron vehementemente a los tutores e incluso llegaron a contactar con la fundación y con la asociación de madres y padres de alumnos. En realidad, esa respuesta por parte de alumnos y padres ya estaba prevista por los organizadores de la actividad y formaba parte del proceso, conocido por el colegio.

El proyecto finalizaba con una última clase en la cual se reflexionaba con los alumnos sobre algunos valores como la responsabilidad, el esfuerzo, la solidaridad, y la ayuda al prójimo. Se intentaba favorecer el pensamiento libre y que fueran capaces de reflexionar sobre la conducta humana y las recompensas obtenidas en la vida real en función de dichos comportamientos.

Un proyecto interesante del que, con algo de reflexión, se puede obtener un aprendizaje útil. Según mi interpretación de este, el mensaje no pretende dividir a las personas entre buenos, bobos o malos. Esa sería una visión simplista que hay que intentar evitar. Haciendo una lectura psicológica, podríamos decir que todos tenemos la potencialidad de interpretar cualquiera de los tres papeles, pero debemos tener en cuenta que, en función de la frecuencia y la consistencia a lo largo del tiempo de esos comportamientos, tal vez ese papel, acabe por impregnar nuestra personalidad hasta el extremo de convertirnos en el personaje.

Evidentemente, se trata de una simplificación que solo pretende hacernos pensar de forma crítica. En la realidad, el número de personajes a interpretar sería infinito, tantos como personas y circunstancias.

Interpretar al Bueno y al Malo, supone bastante esfuerzo, responsabilidad, dedicación y convicción. En cierto modo, solo difieren los objetivos a conseguir y los medios a utilizar. Según esta reflexión, el Malo, elegirá objetivos y utilizará medios para conseguirlos que satisfagan sus necesidades individuales, a pesar de dañar al resto de individuos. Eso significa que el Malo solo tendrá que planificar y llevar a cabo su comportamiento pensando en sus propias necesidades.

Hacer de Bueno supone un esfuerzo extra, tener que pensar en los demás, lo que conlleva una mayor dificultad.

Como ejemplo, pensemos en algo tan básico y fundamental como el simple hecho de ganar dinero para vivir. Trabajar una jornada completa como comercial para ganar un sueldo básico difiere de ganar 10 veces ese dinero vendiendo papelinas de cocaína. Independientemente del componente legal y de la justificación moral que el propio individuo haga de sus actos, una de las diferencias que podemos identificar entre ambos comportamientos es la capacidad del segundo individuo de obviar el daño a otras personas. Desde el punto de vista práctico, ambos necesitan un producto que vender, unos proveedores, un plan de venta, una cartera de clientes.

Podríamos decir que el margen de maniobra para conseguir satisfacer las necesidades puramente individuales es mayor cuando no estás condicionado por tener que respetar los derechos y libertades ajenas. Cuando el comportamiento sobrepasa la línea roja de la legalidad, entendemos el precio y las consecuencias de actuar sin pensar en los demás, sin embargo, en la vida hay multitud de situaciones en las que esa línea roja puede no ser rebasada a pesar de que el comportamiento siga siendo absolutamente egocentrista. De ese modo, interpretar al Malo puede ser mucho más rentable para tratar de satisfacer las necesidades individuales que interpretar al Bueno.

Por otro lado, interpretar al Bobo puede resultar la opción más sencilla. No requiere de mucho esfuerzo, dedicación, responsabilidad, ni de ninguna convicción en forma valores consistentes.

El Bobo, al no estar ligado a un comportamiento racional concreto, puede permitirse quejarse o criticar a posteriori, cuando ya está libre de asumir responsabilidades o de invertir esfuerzo, de modo que puede evadir las consecuencias de sus actos, alegando involuntariedad. Es decir, el Bobo puede satisfacer sus necesidades con menos riesgo de consecuencias negativas que el Malo.

Desde el punto de vista práctico, interpretar al Bobo es probablemente la forma más eficiente de comportamiento a nivel global si ampliamos la muestra a un grupo numeroso de personas, es decir a una sociedad. Es decir, si lo único que valoramos es la búsqueda de satisfacer las necesidades individuales, hacer del Bobo no es una mala opción. El balance entre el esfuerzo y el beneficio puede ser realmente rentable. La comodidad de interpretar al Bobo hace que la inmensa mayoría de las personas adopten ese papel. Solo unos pocos eligen predominantemente los otros papeles a la hora de comportarse y enfocar su vida.

Como en la historia de este cuento, los Bobos elegirán asociarse a Buenos o a Malos en función de que les beneficie esa postura. Eso sí, sin ninguna responsabilidad, sin ninguna convicción razonada, y con el mínimo esfuerzo intelectual. Después, si las cosas no salen como esperaban, criticarán a posteriori, también sin ningún razonamiento, convicción ni valores que justifiquen o avalen su comportamiento.

En definitiva, mientras el sentido vital de una persona se base en la búsqueda de la satisfacción de sus necesidades individuales, por pura eficiencia y rentabilidad, la opción de interpretar al Bueno será la menos elegida. Habrá un significativo número de Malos y una mayoría de Bobos. Solo saliendo de esa dinámica egocéntrica y ampliando la conciencia más allá de nuestro YO, encontraremos la rentabilidad, probablemente en forma de paz.

Mientras tanto, debemos reflexionar sobre si los verdaderos problemas de este mundo como la desigualdad social, la pobreza, la intolerancia… tienen que ver con esos pocos Malos que eligen serlo, o con la gran cantidad de Bobos que ejercen ese papel por comodidad.

Daniel Vicente Rivera. Médico Psiquiatra.

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