¿Darías la mitad de tu dinero para salvar una vida?
No un 5% o un 10%. La mitad, el 50% de todo lo que tienes.
Un porcentaje que no te permite quedarte con más de lo que das, pero tampoco con menos.
¿Cuál es el valor económico de una vida humana? ¿Darías la mitad de tu dinero y pertenencias para salvar la vida de un desconocido?
Se nos llena la boca hablando de solidaridad en estos tiempos del COVID-19. Pero, ¿Nos hemos puesto a pensar qué significa esa palabra? O mejor dicho, ¿Conocemos el fondo que hay más allá de esa palabra?
¿Podemos medir la solidaridad y la generosidad en esos términos económicos?
La pregunta puede resultar bastante absurda puesto que la respuesta es absolutamente clara y contundente. Cualquiera que quiera abordar esta reflexión con una mínima seriedad encontrará la respuesta. Solo hay que mirar hacia los paises en vías desarrollo, donde la gente muere de hambre e insalubridad, para evidenciar que prácticamente nadie es solidario.
Las formas de justificación de esa falta de solidaridad generalizada son variadas aunque predecibles. “Lo poco que yo puedo hacer no es suficiente…” “Que donen su dinero los ricos, que les sobra…” “Mi dinero me lo he ganado, bastante trabajo como para dárselo a nadie…” “Si los demás no lo hacen, no lo voy a hacer yo”. “Seguro que ese dinero no llega a los que lo necesitan y se lo quedan las mafias…” “No tengo suficiente dinero como para donarlo a nadie. Mi familia y yo también tenemos nuestros problemas…” “Tengo que mirar por el futuro de mis hijos…” Estas podrían ser algunas de las respuestas que nos permiten justificar nuestro comportamiento evitando la culpabilidad.
Pero no se trata de hacer una crítica a la naturaleza del ser humano, o al funcionamiento del YO. Esta reflexión pretende, simplemente, desnudar la hipocresía. Es una exposición sin paliativos a la realidad, a lo que somos. Se trata de mirarnos al espejo, sin juzgar, pero sin cerrar los ojos.
No se trata de hacer un cribado dicotómico (Blanco US Negro), que diferencie a aquellas personas solidarias/generosas frente a otras insolidarias/egoistas. No se trata de eso, básicamente, porque el mundo y el comportamiento humano no es dicotómico. Las cosas no funcionan así. De hecho, existen muchos matices que precisarían de páginas y páginas de reflexión. No todos los actos “solidarios” o “generosos” provienen de intenciones verdaderamente altruistas. En muchos casos pueden ocultar la búsqueda de una ganancia posterior, en forma de poder, de prestigio o reconocimiento social. Habría muchas reflexiones por hacer y muchos matices a observar.
Si nos limitamos a un análisis objetivo, todos podemos considerar razonable darle 50€ al mes a otro ser humano para que pueda alimentar a su hijo y este no muera de hambre. Y si nos propusieran esto de forma práctica y concreta, muchas personas darían el paso a hacerlo. Pero sería igual de razonable, dar otros 50€ para salvar a una segunda persona, y así hasta entregar todo nuestro dinero, a excepción de lo que nosotros y nuestra familia necesitáramos para sobrevivir. ¿Sería razonable y comprensible? ¿Estaría justificado prescindir de algunas comodidades para permitir que otras personas puedan sobrevivir?
Si así fuera, la pregunta con la que ha empezado este artículo, vista desde una perspectiva objetiva y razonada, no parece tan fuera de lugar.
El problema es que no nos guiamos por la razón, nuestro comportamiento es mucho más primitivo. Estamos diseñados para sobrevivir, para cuidar de nosotros mismos y en ampliación, para cuidar de nuestros descendientes. Instinto de supervivencia e instinto de protección. En los animales, el instinto de protección prevalece sobre el de supervivencia de modo que un progenitor expone su vida para proteger a sus hijos en una situación límite. Estos comportamientos nos dirigen desde lo más profundo, desde nuestra propia herencia evolutiva, integrada en nuestros genes. De hecho, los estudios más avanzados en neurociencia han demostrado que nuestro comportamiento está condicionado casi en su totalidad por aspectos inconscientes heredados y adquiridos. Somos mucho menos libres de lo que creemos. Según la ciencia, el concepto de “libre albedrío” está en una verdadera crisis de existencia.
Pero no podemos justificar por completo nuestros comportamientos en relación a ese condicionamiento. Nuestra potencialidad va mucho más allá. Tenemos capacidad para ampliar la consciencia más allá de nosotros mismos, para ser capaces de sentirnos una parte del todo. Tenemos capacidad para actuar de manera más solidaria y generosa. Existe esa capacidad en nosotros mismos y creo que también existen motivos para creer en ella.
No es menos cierto que a día de hoy, en abril del 2020, observando la sociedad actual, observando la intolerancia, la falta de respeto hacia el planeta, la defensa de la desigualdad sin sonrojo, el incremento de tendencias racistas y supremacistas… esa capacidad de pensar en los demás, de sentirnos parte de un todo, parece estar todavía en un estado latente de mera potencialidad y de ningún modo ocupa protagonismo en nuestro enfoque vital ni en nuestro comportamiento habitual.
Sin embargo, aunque nuestra percepción de la situación actual parezca poco esperanzadora, hacer una evaluación “TODO o NADA” o “BLANCO o NEGRO” no nos ayudará. Ese enfoque dicotómico, que normalmente decanta la balanza del lado pesimista, no refleja la realidad. No refleja las luces.
Hay una realidad que no debemos ocultar, justificar ni negar. Tenemos que ser sinceros y serios al respecto. Existe el egoismo en nosotros mismos, existe la envidia que nos condiciona a compararnos con los demás y nos ayuda a justificar nuestro egoismo. No podemos negar nuestras sombras.
Es un hecho, que no somos solidarios ni generosos por completo. Pero tampoco somos insolidarios ni egoistas al 100%.
Los hay que en esta crisis del COVID-19 han puesto en riesgo sus vidas por los demás, y otros que han aprovechado para estafar a ancianos en sus domicilios. Pero entre el blanco y el negro hay infinitos grises, hay muchas personas que han aportado en positivo. Donando dinero, tal vez no la mitad de sus posesiones, ni siquiera el 10% pero dando parte de lo que tienen. Aportando trabajo, aportando ánimo con su actitud, con su apoyo, con su cariño, con sus gestos. Mucha gente sigue aportando en positivo.
Está claro que podemos criticar también a la gente que aporta. Es muy sencillo, basta con comparar. Probablemente nadie habrá ofrecido todo lo que estaba en sus manos, de modo que si buscamos motivos para la crítica, los tendremos. En definitiva, que si así lo decidimos, podemos seguir condicionados a nuestras sombras, al egoismo y a la envidia, y encontrar lo negativo allí donde miremos.
La otra opción es ampliar nuestro enfoque, sentirnos parte del todo y poner nuestro granito de arena en positivo. Siendo conscientes de que podriamos dar más, sin justificar nuestro egoismo, comprendiéndolo, entendiendo que forma parte de nuestro YO, de nuestro propio instinto de supervivencia, pero aportando también a los demás. Sumando.
Y el que no quiera sumar, al menos, que no reste.
Daniel Vicente Rivera. Médico Psiquiatra.