El despertar de la consciencia social. COVID-19. Un verdadero examen para todos.

COVID-19

Las crisis movilizan hacia el cambio. Como Ser humano y como psiquiatra, tengo absolutamente clara esta realidad. Cada día acuden a consulta psiquiátrica multitud de personas “manifestando” síntomas físicos y psicológicos que alertan de que algo no está funcionando bien en sus vidas (1). Algunas de esas personas saben cuál es su problema e incluso la solución del mismo.

Otras se muestran perdidas, inseguras y desorientadas, con enormes dificultades para entender lo que les está pasando y negando cualquier atisbo de atribución causal. La evolución de estos dos grupos de personas, desde el punto de vista psicopatológico, es variable e impredecible si atendemos a cada caso personalizado.

Puede darse el caso de personas que saben lo que les ocurre y lo que tendrían que hacer en sus vidas para solucionarlo, pero, por razones diversas no son capaces de dar ese paso. También las hay que, a pesar de sentirse mal sin tomar consciencia clara del motivo, ni entender la razón, acaban recuperándose por sí solas.

En este sentido, la capacidad de las personas para salir de forma exitosa de una situación compleja es tan impredecible como la incapacidad de otras para salir de una situación aparentemente sencilla. El problema está en cómo interpretamos lo que es fácil o difícil para alguien. Si valoramos a un delfín por su capacidad de correr por la sabana africana, sería catalogado como un animal torpe, inútil e indefenso.

Igualmente sería considerado un guepardo en relación a sus capacidades para desplazarse por el océano. Diferentes personalidades cuentan con diferentes recursos adaptativos y ahí radica la dificultad para poder extrapolar las capacidades de diferentes personas para alcanzar objetivos similares. ¿Podría el delfín, como especie, adaptarse a vivir en la sabana africana? Algunas teorías de la evolución podrían considerar que sí, aunque necesitaría algo de tiempo, tan solo unos cuantos millones de años.

En los humanos, el factor tiempo también es importante en el proceso de cambio evolutivo o adaptativo. Nuestra personalidad incluye unos programas que se repiten día a día, de forma compulsiva y que conectan sentimientos, emociones, cogniciones y conductas, que han sido aprendidas y grabadas a lo largo de nuestra experiencia vital y complementan nuestra base genética. Ese funcionamiento repetitivo nutre la esencia del refrán “El hombre es el único animal que tropieza 2 veces (y hasta un centenar) en la misma piedra”.

Sin embargo, hay un matiz de extrema importancia a este respecto. Somos capaces de tropezar cien y hasta doscientas veces con esa pequeña piedra del camino, si nuestro tropiezo nos permite seguir caminando sin mayores consecuencias.

Pero cuando al pisar esa piedra, resbalamos, perdemos la verticalidad tras haberse girado nuestro tobillo y caemos apoyando el brazo, sin poder evitar golpear nuestra cara contra el suelo. Cuando tienen que venir a buscarnos en ambulancia porque no podemos levantarnos y en el hospital se nos diagnostica de múltiples fracturas en tobillo, cubito, radio, clavícula, huesos de la cara…y tenemos que estar un mes hospitalizados con intensos dolores. Tal vez, y solo tal vez, nunca volvamos a pisar esa misma piedra que asoma desde hace años en el camino, tal vez, la próxima vez que pasemos por allí prestaremos atención al suelo. En este caso, no hacerlo, ha tenido unas consecuencias negativas graves, unas consecuencias críticas. Nuestra falta de atención ha conllevado una CRISIS.

Definida como: “Situación grave y decisiva que pone en peligro el desarrollo de un asunto”. “Situación difícil de una persona o una cosa” “Cambio brusco e importante que sufre el estado físico de una persona”. Algunas veces, es necesaria una CRISIS para que seamos capaces de mostrar ATENCIÓN a lo que está pasando.

Llegando al propósito de nuestra reflexión. ¿Realmente estamos atentos a lo que está pasando?. Nos encontramos en unos momentos complicados desde el punto de vista humanitario y consecuentemente evolutivo. La intolerancia en general, la xenofobia, la homofobia, la promulgación de la desigualdad abiertamente y con total descaro, los ideales separatistas, discriminatorios. La falta de la mínima empatía.

Ideales o valores que han supuesto la muerte de millones de personas en forma de guerras, genocidios, bloqueos económicos que han supuesto millones de vidas, crisis pandémicas en lugares sin recursos para controlarlas. El absoluto desprecio hacia el medio ambiente, los recursos y la fuente que nos permite sobrevivir. ¿Realmente estamos atentos a lo que está pasando?Seamos sinceros ante esta pregunta.

¿Estamos atentos? Personas como tú y como yo, como todos nosotros. ¿Somos realmente conscientes de todo esto? ¿Somos conscientes de lo que nuestra falta de atención puede traernos? ¿Somos conscientes de las consecuencias?

Seamos sinceros y autocríticos. No creo que debamos hacer distinciones porque todos tenemos responsabilidad en esto. Los que apoyan la desigualdad y la intolerancia, por un lado, y los que no hemos sabido ayudarles para que vean que ese no es el camino. Simplemente somos personas. Personas que hemos estado dormidas, ensimismadas, escuchando y repitiendo de forma compulsiva cada precepto enraizado en nuestro YO, en nuestro EGO, en aquello que nos separa de los demás y nos hace competir desde la falsa ilusión de separación.

Competición en la lucha jerárquica, de poder, de posesión, de nivel social, de popularidad. Nuestros objetivos laborales, nuestra casa, nuestro coche, nuestra familia, nuestro hobbie. Lo nuestro y solo lo nuestro. Competición en la búsqueda de atención y amor “saciante” de forma compulsiva, nuestros dramas amorosos y relacionales, nuestros conflictos familiares. Un estado de inatención retroalimentado por una sociedad que está “enferma de sí misma” que no es otra cosa que una manifestación ampliada y proyectada de nuestra mente “enferma” de separación, de condicionamiento, de ensimismamiento, de falta de empatía y solidaridad.

Esa es la situación de base. Y mientras no pasa nada grave, todo sigue igual. Seguimos dormidos. Pero en ocasiones, la VIDA nos pone a prueba para ver si somos capaces de reaccionar, de despertar. Nos pone a prueba con una CRISIS. Y con la crisis llega el miedo, la angustia, emociones que nos golpean sin entender de verdugos ni de víctimas, sin compadecerse de nuestra patética fragilidad cuando caemos en el victimismo y en seguir comportándonos egocéntricamente.

Nos siguen golpeando y seguimos sin comprender. Golpean, golpean…cada vez más fuerte, con el único propósito de hacernos despertar, de ayudarnos a cambiar el enfoque, de ayudarnos a abrir nuestra consciencia al mundo, a los otros, a todo lo que es. Crisis personales en forma de depresión, de intensa ansiedad, de patología mental. Crisis sociales y humanitarias en forma de muertes, desigualdad extrema, debacle económica.

La CRISIS trata de movilizarnos hacia el cambio, pero no lo genera por sí misma. Es la señal de alarma, la llamada de atención, la sacudida. Pero el paso lo tenemos que dar nosotros. Nosotros tenemos que despertar y cambiar el enfoque. Un enfoque que expanda nuestra visión más allá de nosotros mismos. La crisis puede ayudarnos a salir de este estado de separación, de falta de empatía. Pero no siempre es así. A veces la “sacudida” no es capaz de movilizarnos lo suficiente, a veces apagamos la alarma del despertador para seguir durmiendo.

La sociedad es una manifestación ampliada de la individualidad. La consciencia social solo refleja la consciencia individual al igual que una bola de discoteca refleja la luz en todas las direcciones, pero está formada por pequeños espejos que suman su potencial.

Está claro que los humanos, como especie, tenemos una gran capacidad de adaptación y recuperación, del mismo modo que hemos generado dos devastadoras guerras mundiales y un sinfín de conflictos de diferentes magnitudes, aquí seguimos, creando otros nuevos, de los que volvemos a salir. Y las fechas que siguen a los grandes desastres de la humanidad, parecen despertar la “consciencia social” durante unos pocos meses, años.

Durante breves periodos de tiempo se activa un sentimiento que va más allá de la búsqueda de seguridad y satisfacción individual, para abrirse a la solidaridad y la empatía. Pero históricamente, se ha demostrado que estos periodos de “lucidez” no duran mucho.

En estos momentos de crisis sin precedentes relacionados con el COVID19 y todas las consecuencias ya evidenciadas junto a aquellas que están por llegar, se nos está poniendo a prueba.

Una prueba que va a evidenciar el grado de somnolencia egocéntrica en la que nos encontramos. Una prueba que va a desenmascarar públicamente a aquellos que no seamos capaces de pensar en los demás.

La responsabilidad sobre el cumplimiento de las importantes medidas de contención que requieren de la solidaridad y consciencia social de todos nosotros es un hecho ineludible. Y no se trata de un simulacro, sino de un verdadero examen. Y cuando esto pase, que pasará, vendrá otro examen más importante.

Un examen relacionado con nuestra capacidad de establecer las prioridades de nuestra sociedad. Un examen sobre la necesidad de valorar con sinceridad y empatía si la sanidad y la investigación deben estar entre nuestros objetivos fundamentales. Un examen sobre si la educación en valores empáticos debe ser la base de nuestra futura convivencia. Y un examen mucho más complejo, que supone probablemente el verdadero reto de la humanidad.

Un examen sobre la necesidad ineludible de que CADA UNO DE NOSOTROS seamos capaces de entender también a aquellos que promulgan el odio y la intolerancia, para poder encontrar la forma de ayudarles. Para ello, el verdadero examen lo tenemos con nosotros mismos, porque esos valores están en cada uno de nosotros. Como individuos tenemos el reto de aceptar y comprender que el odio y la intolerancia forman parte de nosotros, y debemos estar atentos a ello.

Atentos para no permitirles que actúen sin nuestro consentimiento razonado basado en sus opuestos de AMOR y TOLERANCIA que son los valores que deberían guiarnos en nuestro camino. Solo así podremos comprender a los demás y encontrar aquello que nos une. Solo desde la unidad desaparecerá el conflicto.

Dr. Daniel Vicente Rivera.
Médico Psiquiatra.

(1) Existen casos de enfermedad mental grave, con componente orgánico o endógenomorfo, en los que la esfera biológica tiene un gran peso y pueden entenderse como enfermedades médico-psiquiátrico-neurológicas. Estos casos, probablemente merecerían una reflexión aparte.

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