Es habitual que para algunos niños, adolescentes e incluso personas adultas, los periodos de exámenes se conviertan en una verdadera tortura y en una enorme carga de estrés que puede llegar a causar síntomas graves de ansiedad e incluso afectación del estado de ánimo.
Desde niños de corta edad que somatizan esa carga de responsabilidad en forma de dolores abdominales, cefaleas, náuseas o vómitos, hasta adolescentes que presentan verdaderas crisis de ansiedad y afectación de su ánimo con repercusiones en sus pautas de alimentación, en su vida social y familiar.
En el caso de personas adultas, cuando la prueba a la que se enfrentan es vital en su proyecto de vida, las repercusiones son similares. Pensemos en una oposición para un puesto público, en un examen MIR. Todos conocemos múltiples casos de personas que han pasado momentos complicados relacionados con este tipo de acontecimientos, tan comunes en la sociedad actual.
También conocemos gente que se ha enfrentado a este tipo de pruebas con naturalidad y aparente tranquilidad, sin que les haya supuesto, al menos en apariencia un sufrimiento excesivo.
¿Qué diferencia a unas personas de otras? ¿Por qué para unos ha supuesto un estrés y un sufrimiento tan grande, y otros lo han afrontado con templanza y tranquilidad?
La respuesta a esta pregunta no es fácil de explicar, puesto que muchos factores pueden estar implicados en las diferencias de afrontamiento.
La base temperamental.
Podríamos decir que hay personas que al nacer son “biológicamente” más vulnerables al estrés. Esto puede tener origen en la carga genética, pero también en factores relacionados con el periodo de gestación.
Tiene explicación en cambios y diferencias en la formas de reaccionar del sistema nervioso autónomo y en un diferente nivel de “activación emocional”. Como ejemplo, podemos pensar en un niño cuya madre consumía drogas durante el embarazo y nace con una disregulación del sistema nervioso vegetativo que se manifiesta en síntomas como irritabilidad, hiperactividad, déficit de atención, nerviosismo.
La personalidad.
Sobre esa “base temperamental”, todas las experiencias tempranas del niño pueden grabar unos determinados circuitos reaccionales y conforme la persona crece y toma más consciencia de sus propias experiencias, se creará una imagen de si mismo y de sus propios valores, a la que intentará ser fiel en el futuro. La “vital” necesidad de ser fiel a esos constructos puede cargar de responsabilidad y presión al individuo hasta niveles difíciles de gestionar.
Pongamos el ejemplo de un niño que es validado y recompensado por sus padres cuando hace las cosas “muy bien” y cuando consigue resultados sobresalientes en los estudios. El niño relaciona la protección y el amor parental con el éxito en la consecución de objetivos, de modo que pensar en el “fracaso” puede suponerle una vivencia de angustia basada en el sentimiento primigenio de abandono. Es importante comentar que el niño puede relacionar la seguridad y protección con el éxito académico, aunque los padres lo hayan validado de forma incondicional, puesto que el factor temperamental y otras relaciones significativas pueden tener también mucho peso en el proceso de establecimiento de estos condicionamientos.
La importancia subjetiva/objetiva del logro a conseguir.
Evidentemente, si la presión “externa” que supone la prueba concreta que hay que superar es pequeña, como por ejemplo un examen parcial que puede ser recuperable en unos meses, el estrés es mínimo y el sufrimiento llevadero. Sin embargo, enfrentarse a una prueba que el individuo considera vital en su vida (aunque puede que no o sea de forma objetiva) supone un nivel de estrés mucho más grande y difícil de gestionar.
El apoyo familiar o social.
Disponer de una red familiar o de amistad que nos ayude a enfrentar los momentos difíciles sintiéndonos arropados, puede ser muy importante para cualquier persona y un factor añadido a las fortalezas individuales que uno pueda poseer.
Las experiencias o vivencias paralelas.
Disponer de una vida rica en experiencias de todo tipo, que puedan ayudar a controlar los niveles de estrés y a potenciar la autoestima, puede ser importante para que la “percepción global” de la propia vida sea interpretada como positiva por parte del individuo. El deporte o ejercicio físico también puede ayudar por varias vías: aportando experiencias enriquecedoras, liberando el pensamiento en momentos de preocupación y mediante la producción a nivel muscular de sustancias que actúan en receptores cerebrales como “antidepresivos” naturales.
Los recursos de afrontamiento.
La capacidad de manejar la presión desde diferentes puntos de vista también puede ayudar. Tecnicas congnitivo conductuales de manejo de emociones y reconstrucción cognitiva, ante la irrupción de pensamientos negativos. Capacidad de gestión del tiempo de descanso. Higiene del sueño. Técnicas de relajación o visualización. Diferentes tipos de meditación.
El enfoque vital o existencial.
La capacidad de priorizar la importancia de determinados aspectos de la vida, de dar sentido a las vivencias inmediatas y de relativizar la importancia de los logros materiales, puede reducir el estrés percibido por la persona cuando se enfrenta a esa dificultad. La capacidad de “aceptar” que hay aspectos en la vida que no podemos controlar. De dar un sentido a nuestra vida que no dependa únicamente de la consecución de objetivos materiales o sociales. Todos estos aspectos, relacionados con el autoconocimiento del individuo pueden ser fundamentales a la hora de enfrentar situaciones difíciles.
El hecho de que una persona tenga un temperamento o personalidad determinada o disponga en mayor o menor medida de todo este tipo de recursos puede ser clave en su capacidad de actuar bajo presión y consecuentemente en afrontar periodos de exámenes u otras pruebas importantes.
Mucha gente es capaz por si misma de adquirir las fortalezas necesarias para ello, no obstante, en aquellas personas que tienen dificultades, la ayuda terapéutica por parte de un profesional especializado puede ser fundamental para evitar agravamientos sintomáticos que puedan acabar limitándolas en su día a día, o generar verdaderos problemas de ansiedad.